domingo, 28 de marzo de 2010

Cómo me gustaría morir

El astronauta mata en silencio al ordenador-dios de la nave que lo dirige por la odisea del espacio. Tiembla de terror. Se apresura a matar a la máquina, que le suplica perdón. Corre el futuro del 2001.
Se dirigían a Marte o a Júpiter, pero esa idea ya ha quedado descartada. No queda más que vagar por el espacio hasta que no haya más restos de aire o comida: hasta que la materia se agote, la vida misma se agote y no haya más remedio que morir. Desafiar a la existencia a miles de millones de kilómetros de la casa del hombre, extendiendo el brazo hacia el infinito.
Curiosidad periodística: a mediados de los setenta, la NASA realizó un experimento comunicativo con el mas allá, emitiendo RocknRoll Music de Chuck Berry desde un satélite. Se copiaron de las máquinas agresivas de Tarkovski, pensando que las estrellas bailarían como monos contentos y así entenderían la soledad de los monos tristes.
La otra noche, charlé con un amigo durante horas acerca de esto. Expresé que yo entendía la muerte como la película de Kubrick, que suplicaría hasta el último hilito de aliento por un segundo más, y me entregaría a la nada con un orgullo metafísico esplendoroso y altivo, que me negaría hasta el final a no existir. Él respondió que yo era un boludo. Que él quería morir en la tierra, haciendo el amor con su chica. De un ataque al corazón. Pum, y chau. Más fácil. Otro cuerpo aguardaría su alma en la tierra para volver a empezar.
(Mi viejo, hará diez años, optó por la misma explicación cuando manejaba su camioneta hacia el trabajo. Yo, que tenía unos 10 o 12 años, iba en el asiento del acompañante. Dijo que querría morir sin darse cuenta, como de un tiro en la nuca o algo así. Un golpe seco que uno no prevee para nada, no duele, no da tiempo para percibirlo ni mucho menos para pensarlo. Entonces me puse a llorar y oculté mis lágrimas para que él no me viera: pensé que moriría chocando la camioneta. Quería abrazarlo, lo sentía de carne y hueso como una persona más, débil ante la vida y la muerte mientras manejaba. Hasta hoy me acompaña esa imagen horrorosa de la camioneta hecha sangre a un costado de la ruta, las cintas de peligro, la policía, mi abuela llorando.)
Mientras el humo de los cigarrillos invadía el living de mi amigo y las botellas de cerveza se iban vaciando, recordé el mini planetario que mi papá y mi mamá colgaron del techo de mi cuarto cuando era pequeño. Tenía todos los planetas con sus satélites, y en el centro el sol. Así aprendí que la tierra era el tercer planeta. Cada lunes, en el living -lo recuerdo tan vivamente que me da escalofríos- mis viejos veían La Aventura del Hombre después de acostarme. La voz del locutor hablaba de sequías, de animales matándose por comer en la zafra africana, de viajes al universo y de catástrofes en China, mientras la luz del televisor atravesaba la sala y llegaba de refilón a mi cuarto, ya oscuro, apenas iluminado por aquella tortura omnipresente. Mi espalda crujía en escalofríos constantes y no me dormía hasta que todo acabara.

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